Una adolescente, que fue vendida por el precio de unas cervezas para uso sexual cuando tenía doce años, cuentea a la ONU su desgarradora historias de cómo la traficaron entre Burundi y Tanzania, y los abusos que sufrió. En Burundi se han identificado unas mil víctimas de trata de personas del 2017 a la fecha, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Elisabeth (cuyo nombre no es real) es una de las afortunadas ya que sobrevivió a la terrible experiencia y recibió ayuda de la agencia de la ONU para regresar a su hogar en Burundi. La joven contó su historia por primera vez antes del Día Mundial contra la Trata de Personas, que se celebra anualmente el 30 de julio.
“Mis padres se separaron antes de que yo naciera y mi madre se volvió a casar estando embarazada de mí. Pero su nuevo esposo le dijo que me dejara con mis abuelos porque yo no era su verdadera hija.
La vida era difícil con mis abuelos, no había qué comer. Decidí irme y quedarme con un amigo. Allí supe de una mujer en el pueblo que podría llevarme a través de la frontera hacia Tanzania, donde podría trabajar.
Sabía que ahí no iba a ganar dinero, pero habría comida en la mesa y una cama. La mujer que me trajo de Burundi empezó a pedirme que robara plátanos de las propiedades de los vecinos y me amenazó con echarme si me negaba.
Otra familia de la aldea dijo que podía ir a trabajar a la casa de un amigo.
Me llevaron con una nueva familia que me presentó a un hombre y me dijo que sería mi nuevo esposo. Me negué y respondí que no había ido ahí para casarme. Se rieron y me llevaron a un bar cercano. Fui con ellos porque no tenía adónde más ir, pero no bebí nada.
Regresamos por la noche y me dijeron que podía dormir en la casa del hombre de al lado. Cuando me negué, sugirieron que una de sus chicas me acompañara, pero era una trampa. El hombre le pidió a la chica que le trajera una cerveza y ella cerró la puerta desde afuera, dejándome sola con él.
“Aunque te niegues a casarte conmigo, esta noche ya pagué tu dote en cervezas”, me dijo.
“No tengo edad para ser mujer”, le contesté. Tenía 11 o 12 años en ese momento.
La gente no hizo nada
Traté de luchar tan duro como pude, pero me debilité. Grité pero nadie hizo nada. La gente podía oír y saber lo que estaba pasando, pero lo ignoraron. Finalmente, el hombre me dominó y luego me violó.
Después de violarme, me dijo que aún era una niña y me echó afuera para dormir. Tuve algo de dolor después, pero pasó. Esta es la primera vez que se lo cuento a alguien. Antes tenía miedo de decirlo.
Iba de casa en casa, quedándome con quien me acogiera. Algunas personas rechazaron mi oferta de trabajo doméstico porque era menor de edad. Otras me ofrecieron 30.000 chelines tanzanos (13 dólares) al mes, pero nunca los recibí.
Cada vez que les pedía el pago me respondían “más tarde”, “en otro momento” o “¿cómo crees que pagamos tu comida y tu cama? Eso ya es dinero”.
De víctima a sobreviviente
Finalmente, unos vecinos llamaron a la asociación Kiwohede, que ayuda a niños como yo. Me llevaron a su refugio hasta que llegó la OIM y me ayudaron a encontrar a mi familia, y llevarme a mi casa en Burundi.
Ahora tengo 16 años, demasiado mayor para entrar a la escuela primaria, pero estoy con lecciones de corte y confección hasta que tenga la edad para trabajar. Espero ser buena en eso y convertirme en una persona independiente con esta profesión.”