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Mujeres, sustanciales en los cambios sociales, padecen desequilibrio de poder

Por: Redacción

Uno de los grandes problemas del feminicidio es que los perpetradores pueden ser familiares cercanos de las víctimas, exparejas o desconocidos, a lo cual se agrega la negligencia institucional (una forma de violencia) en la que participan los Estados de forma directa o indirecta, aseguró la investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas, Alethia Fernández de la Reguera.

Durante la mesa redonda “Feminicidio (Feminicide). Una tragedia, dos naciones: derechos humanos y violencia de género desde una perspectiva binacional”, organizada por el Centro de Estudios Mexicanos (CEM) de la UNAM en Tucson-Arizona, la moderadora de la reunión, destacó:

En nuestro país cuatro de cada 10 mujeres de 15 años y más son violentadas por sus parejas; de 2000 a 2018 tres de cada diez mujeres fallecieron al interior de sus casas; mientras que uno de cada 10 hombres murió en el hogar; además que las llamadas al 911 se incrementaron 300 por ciento al pasar de 93 mil en 2016, a las 260 mil en 2020, refirió la también coordinadora del Laboratorio Nacional Diversidades de la UNAM.

En tanto, el cónsul de México en Tucson, Rafael Barceló Durazo, subrayó que el gobierno de México reconoce la gravedad del problema y que una de las primeras situaciones que se debe comprender es que la principal causa de violencia hacia la mujer es la injusta relación o relaciones de poder entre hombres y mujeres. Eso ha permeado por mucho tiempo, lo que deriva en los feminicidios que son la manifestación más cruel de esta agresión.

“Al mismo tiempo, los cambios económicos y sociales recientes han favorecido y, en primer lugar, empezado a generar una conciencia de este desequilibrio de poder, pero al mismo tiempo se ha registrado un incremento en el número de mujeres que son asesinadas por su género. Necesitamos un gran proyecto de justicia social para hacer frente a todos estos desafíos del Estado de derecho, el enjuiciamiento, y sanción de los feminicidios y todas las formas de homicidio como prioridad en nuestra sociedad”, aseveró el experto en migración y refugio.

Ante la directora del UNAM-Tucson, Elena Centeno García, el titular del Departamento de Estudios de Género de la Universidad de Arizona, William Paul Simmons, recordó:

En 2002 los feminicidios en Ciudad Juárez se convirtieron en un tema de preocupación internacional, especialmente con historias publicadas en el New York Times. Ahora, “es necesario hacer todo lo que se pueda para rehumanizar a aquellos que fueron deshumanizados por el sistema”.

Para la investigadora de esa casa de estudios estadounidense, Amalia Mora, es necesario mantener un trabajo más cercano con las organizaciones de derechos humanos y crear más programas que conecten a los estudiantes con activistas, personas que abogan por las personas que trabajan estos temas.

Rol protagónico

Antes se consideraba que el papel de las mujeres en la historia era ser acompañantes en luchas masculinas; hoy, en contraste, se estudian como protagonistas, afirmó la secretaria académica del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC), Guadalupe Gómez-Aguado de Alba.

Las figuras de Micaela Bastidas Puyucahua (Perú), Juana Azurduy (Bolivia y Argentina) e Ignacia Rodríguez de Velasco (México) han sido visibles, sobre todo, a partir del siglo XX, y se les ha dado relevancia sólo con la profesionalización de la historia de las mujeres, agregó.

En el caso de nuestro país, destalló, el papel de Josefa Ortiz de Domínguez o de Leona Vicario, en la Independencia, por mucho tiempo fue también el de acompañantes, pero ahora se han realizado estudios de ellas y del rol que tuvieron en la gesta.

Todas fueron fundamentales para los movimientos independentistas de sus naciones, pero lo que ha cambiado es cómo se visibiliza su lucha, porque se les veía como las “esposas” o las que “habían hecho”, pero junto con sus maridos, acotó durante la conferencia “Mujeres en la historia de América Latina”, presentada por el director del CIALC, Rubén Ruiz Guerra.

María Ignacia Rodríguez tuvo un papel destacado en la Independencia de México. Por su belleza, se dice que cautivó a Simón Bolívar, Alexander von Humboldt y Agustín de Iturbide. A partir de 2010 se han hecho afirmaciones cada vez más exageradas como que “fue la primera mujer en México que, sin ser electa, ejerció poder político” y hasta “madre de la patria”.

No obstante, su participación en una conspiración temprana de corte autonomista no es prueba de su apoyo al movimiento independentista posterior. Lo que es un hecho es que en su hacienda se reunieron Iturbide, Francisco Novella y Juan O’Donojú, el 13 de septiembre de 1821, para negociar la Independencia de México y el Tratado de Córdoba, dijo la universitaria durante el encuentro organizado por el CIALC.

Después de su muerte desapareció de las letras mexicanas, hasta principios de siglo XX, y entró a la imaginación popular en 1949 con La güera Rodríguez, una novela histórica de Artemio de Valle Arizpe. Para finales de esa centuria numerosas personas la consideraban una de las principales heroínas mexicanas.

La historia de las mujeres es tendencia historiográfica, la cual tiene auge a partir de la década de 1980. Una precursora fue Asunción Lavrin, quien efectúa estudios sobre latinoamericanas; a ese trabajo le siguen otros que buscan recuperar la memoria histórica, recalcó.

Micaela Bastidas nació aproximadamente en 1744 y se considera una precursora de la independencia de Perú. De raíces africanas, españolas y andinas, fue esposa de Gabriel Condorcanqui, conocido como Túpac Amaru II, descendiente del último inca ejecutado por los españoles en 1572.

Los varones emprendieron un movimiento de resistencia en contra de los abusos de las autoridades coloniales. Y éstas la consideraban más peligrosa que su marido; la acusaron de “no ser una mujer tradicional, débil y sentimental, sino una fiera monstruosa” que insistía en los derechos que no tenían. Fue condenada a la muerte pública y hoy es una figura a la que se apela para sustentar la resistencia indígena.

Juana Azurduy (1780-1862) fue esposa de Manuel Ascencio Padilla, un líder revolucionario en la lucha de independencia de los criollos del Virreinato del Río de la Plata. A la muerte de su marido asumió la comandancia de las guerrillas insurgentes y luchó a la par de las fuerzas regulares del Ejército Expedicionario del Norte.

Su memoria es honrada en Argentina y Bolivia. Hablante de quechua porque tenía sangre indígena, se había educado en el prestigioso Convento de Santa Teresa de Chuquisaca. “Se desconoce cómo era; en el bicentenario de su nacimiento en 1962 fue nombrada heroína nacional en Bolivia y una convención internacional la designó en 1980 heroína de las Américas”. En Argentina, a partir del siglo XXI ha sido recuperada su figura y en 2009 fue ascendida al grado de general del Ejército nacional.

La sesión fue presentada por el director del CIALC, Rubén Ruiz Guerra, quien explicó que esta actividad es parte de las organizadas por la UNAM en ocasión de la conmemoración del 25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

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