El sufragio femenino significa reconocimiento a la igualdad en la participación política, que cada mujer decida sobre su vida y, además, acepte la posibilidad de elección para estar en cargos de representación pública, derecho que en principio solo era ejercido por hombres, coinciden las profesoras universitarias Patricia Lira Alonso, de la Facultad de Derecho (FD), y Amneris Chaparro Martínez, del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG).
Las mexicanas acudieron por primera vez a las urnas en 1955, gracias a la organización y participación de grupos feministas en foros demandando derechos ciudadanos como votar y ser votadas. No obstante, ese avance se materializó hasta por lo menos dos décadas después con la primera gobernadora en México, Griselda Álvarez Ponce de León, quien abrió camino para que ellas se incorporaran a la toma de decisiones en el país, sostienen las académicas.
Amneris Chaparro, especialista en teoría política, menciona que el derecho al sufragio de las mujeres es una conquista feminista, incluso es una petición que en términos mundiales se hizo de manera sistemática desde el siglo XVIII.
En ocasión del 66 aniversario del voto de la mujer en México, que se conmemora el 3 de julio, la investigadora del CIEG comenta que a principio del siglo XX se realizó el primer congreso feminista en Yucatán; las organizadoras eran cercanas a regímenes revolucionarios y buscaban que su lucha se concretara en el reconocimiento de la ciudadanía.
La universitaria detalla que antes tuvieron otras conquistas, una de las principales fue su ingreso a la educación, aunque la legislación mexicana no establecía ninguna restricción para que accedieran a la enseñanza media superior o superior, se trataba de una cuestión de costumbres, las cuales se flexibilizaron. Y, en consecuencia, comenzó su ingreso a las universidades, “es ahí donde se crea una masa crítica importante que sería fundamental para la conquista del derecho al voto”.
Se desprenden otros logros como el derecho a la propiedad, el acceso a la educación sin restricciones de ninguna índole, pero el derecho al voto fue para las mexicanas “la cereza del pastel” a mediados del siglo XX, reconoce Amneris Chaparro.
“Para quienes creemos que las democracias son los regímenes que mejor pueden representar los intereses plurales de la ciudadanía, el voto es un ejercicio fundamental y, en el caso de las mujeres, el sufragio también ha significado ser reconocidas como ciudadanas, como personas que tienen voz e importancia en los asuntos políticos del país”, subraya.
Además, puntualiza, recordemos que ese proceso representó también un quiebre; es decir, el hecho de que las mujeres seamos reconocidas como sujetos políticos significa, en términos imaginarios, un rompimiento de los roles tradicionales de las mujeres.
La socióloga universitaria destaca que consta en los debates de los congresos y legislaturas que la mayoría de los varones, quienes intervenían en la discusión de si las mujeres debían o no votar, consideraba que el espacio de la política no era para ellas. También pensaban que pertenecían a la domesticidad porque existía la idea de que tenían otro tipo de racionalidad, que se les iba a corromper y su naturaleza se vería dañada si entraban al mundo de la política.