La vida está en constante cambio, incesantemente algo muere y algo nace, aprendemos algo nuevo y olvidamos otra cosa, llegan nuevas personas a nuestra vida y otras se van para siempre, las oportunidades más importantes un día se vuelven algo cotidiano, lo que más amamos y a quien más amamos también desaparece. La vida es un principio y también es un fin.
La canción “Los Dinosaurios”, aunque con un tinte político lo dice tan claro que no deja de estremecerme: “Los amigos del barrio pueden desaparecer…” “…la persona que amas puede desaparecer…” “…los que están en la calle pueden desaparecer en la calle…” “…pero los dinosaurios van a desaparecer…” “…Cuando el mundo tira para abajo es mejor no estar atado a nada, imaginen a los dinosaurios en la cama”. (García, 1983, Clics Modernos) Esta canción es una bella y dura analogía.
Nuestra última conexión con lo que amamos es el duelo, a veces antes de reconocer que hemos llegado al fin de un camino y que debemos iniciar otro desde cero intentamos perpetrarlo. La alternativa es similar a soltar una liana sin haber tomado otra, sin saber que sigue, lo único que nos puede mantener de pie es la fe. La fe no se percibe con los sentidos, sólo se decide creer, no es esperanza, no es lo que nos gustaría que pasara, es la certeza de que de una u otra manera todo va a estar bien, aunque no sepamos ni cómo ni cuándo.
Los finales parecen acelerarse y los principios suceden lentamente, se ama lo que se conoce y por eso lo nuevo parece tan vacío, pero no es así, démosle la oportunidad de mostrar la importancia que tendrá en nuestras vidas, esas experiencias iniciales que nos parecen tan insignificantes serán las cosas que recordaremos con más cariño, serán las anécdotas de cómo inició algo maravilloso que probablemente no nos cansaremos de repetir en mucho tiempo.
La ilusión de la escasez
Vivimos en una sociedad que promueve constantemente las ideas de carencia y escasez a todos los niveles y en muchos ámbitos, tristemente el miedo a perder es el producto más vendido. Algunos ejemplos: “la mejor oferta que podrás conseguir”, como si al dejarla ir perdiéramos para siempre ese objeto que no teníamos, “solo hay un amor verdadero en la vida” y sin embargo nos volvemos a enamorar una y otra vez y “todo tiempo pasado fue mejor”. Todas estas ideas son trampas, nos llevan a tener grandes apegos y no nos permiten avanzar.
Tenemos derecho a vivir duelos por todo lo que nos importa, nadie debe decirnos qué es digno o no de esta parte del proceso, eso lo decidimos nosotros.
No extrañamos el coche, son las experiencias vividas con él, los “aventones” a los amigos, la comodidad, incluso la sensación de éxito por tenerlo; no es el trabajo, es la experiencia con los compañeros, el apasionamiento que vivimos al hacerlo, el sueldo y lo que nos permitimos hacer con él; no es la familia, es el amor, la sensación de plenitud, de protección y de identidad; con nuestros amigos son las increíbles y placenteras emociones que tuvimos durante el tiempo que pasamos juntos.
La felicidad eterna
Estoy de acuerdo con la descripción de Oscar Levant “La felicidad no es algo que experimentas; es algo que recuerdas”, este sentimiento nos llena tanto que no nos damos cuenta que lo estamos viviendo hasta que nos detenemos por un momento a pensarlo o hasta que éste ha terminado. No hay distancia más infranqueable que el tiempo, lo que quedó en el pasado no volverá, es cierto, pero eso no significa, ni remotamente que las gratas experiencias no regresarán porque todas esas emociones no nacieron de los objetos ni de las personas sino de nosotros; por lo tanto, podemos vivirlas una y otra vez en diferentes tiempos y escenarios.
El duelo interminable
Después de un final se pueden tomar diferentes caminos, se me ocurren tres: buscar inmediatamente su sustituto, aferrarnos con uñas y dientes a lo que queda o vivir el duelo el tiempo necesario y continuar.
Algunas veces nos aferramos tanto a lo que amamos, que vamos por la vida buscando su réplica exacta, nuestra mente nos nubla la mirada y nos confunde, buscamos lo que se fue donde no está. Ante la más mínima similitud con lo que se ha ido construimos en nuestra mente todo lo que anhelamos y vemos lo que no existe. Ese puede ser un camino muy doloroso con muchos tropiezos y desilusiones. En algunas ocasiones hay quienes utilizan a su favor nuestra ceguera voluntaria, en estos casos las consecuencias pueden ser desastrosas.
Juana I de Castilla, también llamada Juana La Loca, contrajo matrimonio con Felipe de Austria conocido como Felipe El Hermoso, el 25 de septiembre de 1506 éste murió con tan sólo 28 años en Burgos. A los tres meses de la muerte de su esposo y con 8 meses de embarazo de su sexto hijo Juana decidió cumplir con el deseo de su amado de ser enterrado en Granada, viajó con su cadáver cientos de Kilómetros, exigió que sólo se viajara de noche para evitar que el sol deteriora su cuerpo más, constantemente pidió que abrieran el féretro para asegurarse de que no le hubieran robado a su amado en algún pueblo, y durante el trayecto no permitió que ninguna mujer se acercara a él. Juana eligió un duelo largo y difícil, talvez más de lo necesario.
Tuve una amiga que murió muy joven, después de su partida, la esposa de su papá y su papá me invitaban a su casa, estos encuentros los utilizaban para que yo les platicara sobre nuestros momentos felices como amigas, nos reíamos durante horas, debajo de la risa casi histérica y con las pausas mínimas para recordar los detalles de nuestras aventuras, se respiraba una enorme tristeza. En mi memoria llevaba parte de su vida y sus deudos se aferraban a mis recuerdos. Era como si recordarla la trajera de vuelta. Dejé de ir porque el dolor que percibía en el ambiente y en la mirada de los que la amaron me parecía intolerable, me costaba creer que la vida fuera tan severa con algunos. Deseo de todo corazón que el padre de mi amiga finalmente haya logrado sonreír con un dolor menos profundo y más soportable entre sus ojos y su alma. Creo que la pérdida de un hijo es la excepción que confirma la regla de que el tiempo todo lo cura.
La prosperidad infinita
¿Cuántas veces nos podemos levantar y comenzar de nuevo? ¿Cuántas veces habrá nuevas oportunidades? Mientras haya tiempo, tantas como estemos dispuestos a dejar ir. Dicen que la vida nos da una oportunidad y que debemos aprovecharla, mi experiencia me ha dicho que la vida nos da tantas oportunidades como las que caben en nuestras manos. Si alguna vez nos quedamos por un momento con esa sensación de vacío, sólo tenemos que abrir nuestros puños, dejar ir y nuestras manos extendidas volverán a llenarse.
Esto no es un llamado a ser indiferentes, sino a vivir intensamente lo que hay y disfrutar plenamente conscientes de que lo que amamos está aquí y ahora y que estar en el mismo espacio tiempo es una bella coincidencia.
Es por eso que debemos agradecer cada cosa que la vida nos da, no pensar en cuánto va a durar, no pensar qué podemos hacer para que se vuelva eterna, no dejar de disfrutar por el miedo a perder, no esperar más. Sólo recibir, agradecer, disfrutar, vivir y dejar ir cuando sea el momento. Ser pacientes en los principios y fuertes en los finales. Entre el principio y el fin está el tuétano de la vida, de nosotros depende que tanto nos permitimos saborearlo.