Las comunidades vulnerables, que en su gran mayoría dependen de la agricultura, la pesca y la ganadería y son las que menos contribuyen a la crisis climática, seguirán soportando la peor parte de los impactos medioambientales con escasos recursos para amortiguarlos.
Un nuevo análisis conducido por el Programa Mundial de Alimentos destaca que, si la temperatura mundial acaba registrando un aumento medio de 2ºc respecto a los niveles preindustriales, unos 189 millones de personas adicionales terminarán sufriendo hambre. El hallazgo se hizo público un día antes de la celebración del Día Mundial de la Alimentación que se conmemora cada 16 de octubre
El encargado de esbozar este complejo escenario fue el director ejecutivo del Programa al afirmar que “grandes extensiones del planeta, desde Madagascar hasta Honduras y Bangladesh, están sumidas en una crisis climática que es ya una realidad cotidiana para millones de personas. La crisis climática está fomentando una crisis alimentaria”.
A modo de ejemplo, el Programa destaca que decenas de miles de vidas están en peligro en el sur de Madagascar, uno de los muchos lugares del mundo en los que el cambio climático ha favorecido las condiciones de hambruna.
El país africano ha sufrido una serie consecutiva de sequías que han conducido a casi 1,1 millones de personas a una situación de hambre severa. Casi 14.000 de ellas se encuentran en una situación similar a la hambruna y se espera que esta cifra se duplique para finales de año.
El 63% de los habitantes del sur de Madagascar son agricultores de subsistencia que han presenciado el derrumbe de sus medios de vida y la extinción de su única fuente de alimentos debido a la sequía.
Pero los problemas para algunas de estas naciones no se detienen con las crisis climáticas y hay que sumarles un devastador elemento adicional: la aparición de conflictos. La combinación de ambos elementos agrava las vulnerabilidades existentes y magnifican los daños, la destrucción y la desesperación.
Los fenómenos climáticos extremos en las zonas afectadas por el conflicto destruyen los ya escasos recursos de que disponen las familias e incluso obstaculizan los esfuerzos humanitarios que llegan a las comunidades.
En Afganistán, la grave sequía ligada al conflicto y a las dificultades económicas ha dejado a un tercio de la población pasando hambre.
“Si esta es la nueva situación de normalidad, no podemos seguir tambaleándonos de desastre en desastre. Tenemos que ir más allá de limitarnos a recoger los pedazos tras las crisis, y en su lugar gestionar los riesgos climáticos para que ya no tengan el poder de destruir la seguridad alimentaria de las comunidades vulnerables. Aquí es donde aparece la experiencia exclusiva del Programa Mundial de Alimentos”, añadió Beasley.