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Las mujeres y las finanzas

Por: Noemí Reynel J.

Desde muy pequeña escuché sobre el trabajo, el de mi papá, era contador en una fábrica de metales. Cada mañana mi mamá intentaba despertarlo varias veces sin éxito hasta que por fin lo lograba, en cuanto esto ocurría él veía su reloj y asustado emitía la primera frase del día que casi siempre fue un reclamo: “Es muy tarde, ¿Por qué no me despertaste antes?”.

Mi mamá no respondía, se limitaba a alargarle con una mano un café preparado como a él le gustaba: con mucha leche y azúcar; con la otra una cajetilla de Delicados sin filtro y un cenicero. Sentado en la cama casi en flor de loto bebía mientras fumaba el primer cigarro del día con la mirada hacia ninguna parte. Éste era su ritual para despertar.

Mi mamá ya tenía listo el baño y la ropa que él se pondría, (talvez hasta dispuesta en el orden en él que él se vestiría). Mientras él se bañaba ella terminaba de servir en contenedores la comida que se llevaría al trabajo.

Al salir le entregaba la comida y respondía sus preguntas sobre la ubicación de las llaves, la cartera o sus papeles y lo despedía deseándole un buen día. Ahora estaba listo para salir al mundo, rumbo al trabajo del que dependíamos todos: tres hijos y la mamá, aunque a veces parecíamos cuatro niños, mi papá la llamaba cariñosamente “hija”, nunca entendí por qué, él era 13 años más grande que ella, pero no creo que eso haya sido la razón.

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Una vez que él se había ido mi mamá esperaba pacientemente en la puerta, con frecuencia él regresaba a los pocos minutos porque había olvidado algo: algún documento sobre la mesa, las llaves del carro o la oficina, talvez no llevaba dinero suficiente, ¿qué se yo? Mi mamá también estaba preparada para esto.

Para mi papá era como si antes de que las necesidades surgieran los satisfactores aparecieran delante de sus ojos, no era magia, éramos mi mamá y sus dos pequeñas asistentes: mi hermana y yo. Con mi papá ya en la calle, podíamos retomar las actividades que habían perdido relevancia mientras lo asistíamos.

En la tarde íbamos a la tienda a comprar sus cigarros y su Coca Cola, previendo el tiempo necesario para enfriarla en el refrigerador. También teníamos que estar pendientes del sonido de la puerta abriéndose, eso era el indicador para poner inmediatamente una olla con agua en la estufa para el café de la noche.

Los fines de semana si había futbol, mientras él y mi hermano se emocionaban con las jugadas, las mujeres de la casa preparábamos la comida, las bebidas, las botanas y nos manteníamos alertas por si nos requerían.

Todos estos tratos especiales le pertenecían a mi padre simplemente porque él era quien salía a trabajar. Mientras escuchaba al comentarista del futbol, a quien encontraba sumamente monótono, yo pensaba: cuando sea grande quiero ser marido.

Las tareas pro bono

Cuando una persona desempeña una actividad a cambio de una remuneración económica, ¿qué es lo que está intercambiando? ¿Conocimiento, las ideas de una mente estratégica, un trabajo manual, el desarrollo de una tarea “simple”, que en apariencia no requiere ni la toma de decisiones ni un conocimiento previo y que en teoría puede hacer cualquiera? Sin importar lo que cada persona ofrece, lo que todos intercambiamos es tiempo. Nuestro tiempo supeditado a los intereses de otro.

Existen diversas razones para este intercambio, quien paga talvez requiere ayuda por el volumen de trabajo o prefiere ocupar su tiempo en obtener riqueza de otras formas, talvez sólo quiere que alguien más lo haga o puede ser que no tenga el conocimiento necesario y prefiera acudir a un experto.

El valor monetario de ese tiempo se determina por diversos factores, los principales podrían ser: los años de experiencia, la formación académica y los títulos obtenidos, el beneficio que brinda, la oferta y la demanda, o la importancia que la sociedad le otorgue. Éste último no está relacionado con la utilidad del trabajo, sino con una especie de “status” de las tareas y es el factor del que quiero hablar.

En nuestra sociedad existen tareas que no se consideran dignas de ser remuneradas, pero cuyo desempeño exige horas, días o incluso todo el tiempo del que disponga una persona. Dentro de esta categoría se encuentran las que desempeñan las mujeres como “creadoras de ambientes”; nos encargamos de que todo esté listo cuando y como se requiera: la comida, la ropa limpia, seca y guardada, el pago de los servicios, el “embellecimiento” del hogar y claro el cuidado de los hijos si los hay. Esto me hace recordar unas serpientes de trapo con ojos muy coquetos que mi mamá cosía para nosotros y que colocaba debajo de las puertas para evitar que el aire frío entrara en invierno.

Todas estas actividades conllevan una gran responsabilidad, requieren de la toma de importantes decisiones, un amplio conocimiento y combinan el trabajo intelectual y el físico, sin embargo, la recompensa se entrega en especie: la comida, el techo y los servicios con los que se cuenten. Algunas veces la recompensa incluye también una especie de bono que puede ser desde una invitación a comer, un vestido o una joya hasta un aparato electrodoméstico para facilitar el trabajo. 

Anteriormente, las mujeres en esta situación debían adaptarse a la cantidad de dinero que el hombre llevara al hogar, éste era el marido que les había “tocado” y esa la situación que debían agradecer hasta el fin de sus vidas.

Mi mamá, como muchas mujeres de su época quiso más. Trató de convencer a mi papá para que éste obtuviera su título universitario, la idea era ganar tanto o más que su jefe. Ella no parecía cansarse de repetirle que la diferencia era un cero más a la derecha en el sueldo. Mi papá nunca mostró interés.

Finalmente, mi mama decidió buscar sus propios recursos, lo que supuso una gran afrenta para mi familia. En aquel tiempo la pregunta era: ¿Cómo una mujer casada y con hijos se atrevía a ocupar un lugar que no le correspondía? Esto representó para mi padre por primera vez una competencia.

Mi mamá era secretaria ejecutiva trilingüe, hablaba inglés, alemán y español, hace poco me platicó sobre una oportunidad que se le presentó cuando éramos niños, era para trabajar como secretaria en un colegio de enorme prestigio, para aceptar la oferta sólo necesitaba que mi papá nos llevara a la puerta de la escuela, ella le aseguró entonces que antes de irse a trabajar se encargaría de que ya hubiéramos desayunado, mi padre simplemente dijo no. Mi mamá le cedió la oportunidad a una de sus hermanas. Con el tiempo descubrimos que la remuneración económica era bastante considerable y además las prestaciones incluían que mis hermanos y yo estudiáramos en ese colegio.

De cualquier forma, mi mamá consiguió empleo y finalmente su desempeño y deseo de ser cada vez mejor provocó lo inevitable: sus ingresos superaron a los de mi padre. Lo cual representó un gran conflicto en el hogar que se manejó como un secreto a voces. Después de todo quien tiene el dinero ostenta el poder, mi mamá fue entonces una mujer que gozaba de reconocimiento tanto dentro como fuera del hogar, aún sigo admirando su gran capacidad de organización y la manera tan eficiente con la que lleva las cuentas.

A pesar de que mi abuelo fue quien pagó una carrera corta a todas hijas, para que no dependieran de ningún hombre. El comportamiento de mi mamá le ganó una gran cantidad de críticas desfavorables por parte de la familia política: mi abuela y mi papá. Recuerdo que decían que tenía una ambición que pasaba sobre todos y sobre todo, alguien inconforme y eternamente insatisfecha, una mujer que salía a la calle sin tener realmente necesidad, en fin, toda una “descocada”.

Desconozco todas las razones de la separación de mis padres a mis 16 años, pero creo que el hecho de que ambos contaran con ingresos propios fue una de ellas.

Mi generación y el trabajo libre

Hace algunos años, participé en un taller sobre emprendimiento enfocado a las mujeres, ahí repasamos algunos conceptos de negocios: desarrollo de una idea, cálculo de costos, control de ingresos y egresos, mercadotecnia y publicidad, nos hablaron de cómo conseguir presencia en internet y nos dieron ejemplos de negocios exitosos. Entre todos los temas no logré encontrar en este taller el enfoque femenino, nunca se consideró la presión social hacia las mujeres emprendedoras.   

Ahí conocí a mujeres admirables que realizaban actividades para hacer negocios con excelencia y con pasión. Es de llamar la atención que muchas de estas actividades han sido socialmente adjudicadas a las mujeres a través de la historia: cocineras, costureras y bordadoras. Yo prefiero llamarlas Chefs o Reposteras, Diseñadoras y Artistas.

La guía nos solicitó para analizar el tema de la administración correcta del tiempo que mantuviéramos un registro para conocer como lo empleábamos durante una semana, en ese periodo yo tenía huéspedes y a pesar de haber aclarado las condiciones de su estadía, durante esa semana acumulé 13 horas lavando trastes, ordenando y limpiando una cocina que yo no había ocupado. En lugar de aprovechar esas horas en desarrollar mi negocio, yo elegí emplearlo en una tarea no remunerada.

Otras compañeras, suspendían el trabajo cuando llegaba la hora de la comida y había que preparar, servir y limpiar para sus hijos adolescentes, yo con gran tristeza veía como minimizaban sus proyectos, su falta de compromiso con ellas mismas, mostraba su emprendimiento como el entretenimiento del tiempo libre de una mujer que no alcanzaría proporciones importantes o de riesgo para el stauts quo del hogar. Las compañeras con nietos se veían obligadas a limitar o cancelar sus compromisos comerciales cada vez les “tocaba” cuidarlos.

Tratábamos de apoyarnos, pero al final éramos ciegos guiando ciegos, porque ninguna de nosotras estábamos conscientes de que en nuestras creencias no incluíamos la figura de la mujer emprendedora y esposa.

Entre nuestras compañeras había una mujer que sobresalía. Era soltera, no tenía grandes conocimientos matemáticos, ni parecía saber mucho de utilidad, pero conseguía siempre los más altos dividendos, además, era solvente e independiente y por si esto no fuera ya de por sí suficiente era muy generosa. La observé detenidamente durante todo el curso, adjudiqué su éxito a lo que en ese momento llamé una autentica “habilidad para cobrar”.

Ahora entiendo lo simplista de mi explicación, la verdad era mucho más que eso: ella conocía el valor de su tiempo, se tenía a sí misma en alta estima y se proveía de un estilo de vida digno, se amaba y aunque pudiera sonar contraintuitivo por su generosidad ella si comprendía el significado de “primero yo”. Por cierto, olvidaba decirles que ella comercializaba un producto para hacernos sentir y ver mas bellas.

Los planes a largo plazo o plazo inmediato

Las finanzas y la economía no son lo mismo, la economía es el dinero líquido o efectivo y la manera de gastarlo, las finanzas, dicho de una manera simple son el dinero que se recibirá en un futuro por un bien o servicio, que podría permanecer “congelado” durante mucho tiempo. Las finanzas y la economía se juntan cuando la planeación es eficiente y los recursos se reciben cuando se necesitan.

Hay mujeres que apoyan a sus parejas sentimentales para que asciendan en el trabajo esperando que mejore su calidad de vida, otras apuestan a los frutos del agradecimiento de los hijos o a la jubilación de sus parejas, algunas esperan una herencia ganada con méritos o si trabajan en la tan mencionada doble jornada la propia jubilación para finalmente dejar uno de sus trabajos. Todos estos son planes financieros a muy largo plazo y con grandes riesgos de que no se materialicen. 

Hay otras que se han permitido empoderarse y ser dueñas de sus decisiones económicas y financieras, no desean esperar años para tener la vida que quieren. Son mujeres con grandes sueños que rompen sus propios límites, no es tarea fácil, pero ellas son fuertes, priorizan, delegan las tareas domésticas y las colocan después de sus desarrollos profesionales. No usan el falso argumento: “en casa si no hago yo las cosas no las hace nadie o las hacen mal” ¿y qué más da? Ninguna tarea doméstica debe ser mas importante que la realización de una mujer.

Conocí a una que publicó en un periódico un anuncio con la leyenda “una cabeza y dos manos”, con este anuncio ofrecía todos los trabajos que se pudieran desempeñar utilizando su intelecto y sus manos, revisó tesis, hizo corrección de estilo, investigaciones, organizó eventos, participó en tareas administrativas de toda índole y logró conseguir el dinero suficiente para ser independiente y para mantener dignamente a sus dos hijos con los recursos con los que siempre había contado. 

A las mujeres no nos falta ninguna capacidad, debemos reconocer que nuestras cadenas no están en las manos, ni en los pies, están en nuestras mentes, debemos capitalizar nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, nuestra inteligencia, abandonar de manera tajante y definitiva la idea de que somos pequeñas. Antes del techo de cristal del que tanto se habla, debemos romper el que nosotras mismas permitimos que se concretara tan cerca de nuestras cabezas, podemos hacer esto con tan sólo desearlo y trabajar en consecuencia. Acompañarnos entre nosotras, abrir los ojos, darnos la gran oportunidad de conocer de lo que somos capaces y sorprendernos con grandes hazañas. 

Se cree que cuando una mujer logra superar los ingresos de su compañero daña la relación, eso es sólo uno de los posibles escenarios. No es competencia, es realización personal.

La historia nos ha mostrado grandes mujeres, a quienes respeto y admiro profundamente. Este escrito va dirigido a las que están en el proceso de ser grandes, dejemos que el mundo nos vea, la vida vale eso y mas.

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