En la inauguración de la Sala de Exposiciones de la Biblioteca Apostólica Vaticana, el Papa cuestiona a las culturas que se vuelven autorreferenciales, que excluyen en lugar de integrar, por ello propone crear nuevos mapas para descubrir el significado de la fraternidad.
No solo de pan vive el hombre, no solo necesita lo que garantiza su supervivencia sino también la belleza, la cultura, lo que toca el alma, necesita dialogar con el mundo, usar nuevos lenguajes, nuevos mapas que lo lleven a abrirse a la fraternidad para no quedar cerrados en bloques estériles y llenos de malentendidos. Estos son solo algunos de los enunciados planteados por el Papa Francisco en su discurso de esta tarde, durante la inauguración de una Sala de Exposiciones de la Biblioteca Apostólica Vaticana.
La exposición “Todos Humanidad en Camino” hace un recorrido por la obra del artista contemporáneo Pietro Ruffo, entrelazadas con obras del pasado, en un encuentro de saberes, épocas y estilos. Por ello, el discurso del Santo Padre se abre con una reflexión sobre la belleza partiendo del adjetivo kalós (bello) que aparece en el Evangelio según San Juan y que usa exclusivamente para referirse a Jesús y su misión. Ejemplo de ello, explica el Pontífice, es el apelativo cristológico, “Yo soy el hermoso pastor”, que usa Jesús y que solemos traducir “Yo soy el buen pastor”. Y es que es cierto dice el Papa que “Jesús es el buen pastor, pero también hermoso”. Entonces, la belleza nace del bien:
La belleza no es la ilusión fugaz de una apariencia o un adorno: nace en cambio de la raíz del bien, la verdad y la justicia, que son sus sinónimos. No debemos dejar de pensar y hablar de la belleza, porque el corazón humano no solo necesita el pan, no solo necesita lo que garantiza su supervivencia inmediata: necesita también la cultura, lo que toca el alma, lo que acerca al ser humano a su profunda dignidad.
En este contexto, Francisco subraya que la Iglesia debe dar testimonio de la importancia de la belleza y la cultura, dialogando con esa particular “sed de infinito que define al ser humano”. De allí la importancia de inaugurar una sala de exposiciones en la Biblioteca Vaticana. “Deseo que brille su luz”, afirmó el Papa, no sólo a través de la ciencia, sino también a través de la belleza.
Inspirada en el Exhortación apostólica Fratelli Tutti, la exposición se plantea un encuentro entre las obras contemporáneas de Ruffo y las presentes en la Biblioteca Apostólica a lo largo de los siglos. “Una apuesta por crear un diálogo” que el Papa agradeció:
“La vida es el arte del encuentro. Las culturas se enferman cuando se vuelven autorreferenciales, cuando pierden la curiosidad y la apertura a los demás. Cuando excluyen en lugar de integrar”
Más aún, el Papa se preguntó qué ventajas puede tener ser “guardias fronterizos” de sus propias culturas en lugar de ser “guardianes de nuestros hermanos”. Entonces, “el mundo necesita nuevos mapas”, aseguró Francisco, que pasen por encima de los bloques y las fronteras para ir hacia el encuentro y el diálogo:
“En este cambio de época que ha acelerado la pandemia, la humanidad necesita nuevos mapas para descubrir el significado de la fraternidad, la amistad social y el bien común. La lógica de los bloques cerrados es estéril y está llena de malentendidos. Necesitamos una nueva belleza, que ya no es el reflejo habitual del poder de algunos, sino el valiente mosaico de la diversidad de todos. Que no sea el espejo de un antropocentrismo despótico, sino un nuevo cántico de las criaturas, donde se concretice efectivamente una ecología integral”.
Mantener viva la memoria con nuevos idiomas
Al concluir su discurso el Santo Padre se dirigió concretamente a los dirigentes y funcionarios de la Biblioteca Apostólica recordando su llamado a convertirse en una “Iglesia en salida” y protagonista de la cultura del encuentro. Esto debe ocurrir también con la biblioteca, es decir, si además de custodiar el pasado, se atreve a ser frontera del presente y del futuro. Una responsabilidad que para Francisco se asume manteniendo viva las raíces y la memoria, pero al mismo tiempo traducir la herencia de la Iglesia y de la humanidad a “nuevos idiomas”, pasar “de lo analógico a lo digital”. Un desafío histórico que se debe enfrentar con sabiduría y valentía. Y concluyó:
Cuento con la Biblioteca Apostólica para traducir el depósito del cristianismo y la riqueza del humanismo a los idiomas de hoy y de mañana.