Es 1970. A la guerra de Vietnam le faltan cinco años para terminar; el mundo está lejos de convertirse en ese espacio onírico que muchas canciones de rock psicodélico retratan; cada vez son más bandas las que experimentan con sonidos ruidosos y agresivos; la música estaba cambiando rumbo a una nueva década pero fue un cuarteto Birmingham el que dio un rotundo golpe en la mesa y lo hizo con un pesado mazo de acero: estoy hablando de Black Sabbath y su disco Paranoid.
Como con muchos otros momentos emblemáticos del Rock, Black Sabbath no fue la primera banda en tocar piezas estridentes y crudas; ni siquiera eran los únicos tocando lo que eventualmente conoceríamos como Heavy Metal (Deep Purple y Led Zeppelin se formaron el mismo año, 1968), pero fue la suma de sus partes la que los convirtió en un fenómeno mundial.
¿De quién comenzar a hablar cuando hablamos de Black Sabbath? ¿Del sonido fantasmal en la guitarra de Tony Iommi? ¿De las afiladas letras de Geezer Butler? ¿O quizá de los relampagueantes solos de batería de Bill Ward? ¿Y qué decir de la hipnótica pero siempre vital voz de Ozzy Osbourne? Como decía hace un momento, la agrupación combinó las mejores cualidades de cada uno de sus miembros para crear un sonido único.
La juventud de los miembros de Black Sabbath fue marcada por sus carencias y curtida con la agresividad y violencia que se vivía en las calles de Birmingham, ciudad obrera que en los 50 y 60 seguía, por un lado, recuperándose de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y por el otro, en constante amenaza por las movilizaciones del Ejército Republicano Irlandés Provicional. Cómo podríamos esperar escuchar un sonido que no proviniera de las entrañas iracundas de un grupo de jóvenes cuyas únicas opciones de vida eran trabajar en algún oficio miserable o, en una de esas, triunfar en el ámbito musical.
1970 fue fundamental para la agrupación, cuando su primer álbum (Black Sabbath) publicado por la disquera de rock progresivo Vertigo obtuvo disco de platino, fueron apresurados para ponerse a trabajar en algo nuevo. Regresaron al estudio en junio pero, justo como en su primer producción, no les tomó mucho tiempo terminar. El bajista Geezer Butler recuerda las grabaciones de Paranoid tomaron entre 2 y 3 días considerando que muchos temas se habían empezado a cocinar desde las grabaciones de Black Sabbath.
“Geezer y Ozzy compartían las letras y todos participábamos en los arreglos mientras Tony armaba los riffs y nos los mostraba,” recuerda Bill Ward en una charla con LouderSound. “Todos revisábamos cada parte y las uníamos. Algunas cosas eran tan obvias que las tocábamos de manera intuitiva; había una conexión mental entre nosotros”
Como lo hiciera Virgilio con Dante en La Divina Comedia, los riffs de Tony Iommi nos guían a lo largo de 8 canciones que bien pueden transportarnos a escenario apocalíptico, a la angustiante oscuridad de la mente humana o al devastado mundo de la guerra.
War Pigs, que le iba a dar nombre al álbum, es una de esas canciones que forman parte del ADN de todo lo que pretenda sonar pesado. La sucesión de riffs, los cambios de tempo, la letra antibélica y la intensidad con la que es interpretada… ¿Se siente como una montaña rusa en llamas? Sí ¿Se disfruta cada uno de sus casi ocho minutos? Por supuesto.
Es difícil pensar que los cuatro músicos en el estudio se imaginarían que una canción “de relleno” se convertiría en un himno que ha resonado por generaciones, Paranoid se concibió en menos de media hora, pero es corta, directa y con una intensidad desbordante; y no sólo eso, en su letra, Butler no tiene miedo de hablar desde la vulnerabilidad de experimentar estados depresivos desastrosos.
Cuando Tony Iommi perdió parte de sus dedos en un accidente cambió inesperadamente la Historia de la música. Aflojando las cuerdas de su guitarra, usando unas prótesis de plástico en los dedos, encontró un sonido propio que, si bien puede ser explosivo también puede combinarse con un par de congas y crear mi canción favorita del disco: Planet Caravan. No muchos conocen el lado jazzístico de Iommi, pero poco después de su accidente su jefe en la fábrica le presentó a Django Rainheart, virtuoso jazzista cuya mano también había sufrido un accidente. Siempre pienso en ambos guitarristas cuando escucho el solo de esta pieza psicodélica.
Iron Man cierra el lado A con Ozzy Osbourne cantando detrás de un ventilador, con Tony soltando riffs que caen toscos e implacables y una letra de ciencia ficción que incluye viajes en el tiempo, el espacio, y un devastador final. Las imágenes catastróficas abren el lado B con Electric Funeral.
Hablar sobre estupefacientes en 1970 era perfectamente normal, pero el ángulo desde el que las letras de Geezer y Ozzy (con Hands of Doom y Faires Wear Boots respectivamente) tiene una crudeza punzante. “Estaba harto de escuchar a bandas y músicos cantando sobre enamorarse o romper,” cuenta Butler en una entrevista con The Guardian. “Quería explorar un punto de vista más significativo, realista y propio de la clase trabajadora”.
Cuentan que Bill Ward podía tocar solos de batería de hasta 45 minutos en la ajetreada vida de la banda con tal de cumplir con la cuota de horas entre pub y pub en donde tocaban. Rat Salad es sólo una probadita de la intensidad de un músico que también se crio escuchando a los grandes bateristas del jazz.
La relevancia de Paranoid de Black Sabbath
Los discos más pesados de mi infancia eran los de Grand Funk Railroad, así que tuve que descubrir a Black Sabbath en la radio, como miles de adolescentes. Aún recuerdo la emoción que me generó Paranoid y confieso que me sigue inyectando intensidad cada vez que la escucho.
¿Cuántos géneros musicales no habrían sido posibles sin los cuatro músicos de Birmingham? ¿Cuántos chiquillos no habrían encontrado un espejo en aquellas letras? ¿Cuántas personas se habrían perdido de los himnos que forjarían su juventud y cuántas bandas de covers se habrían quedado sin esa canción que prendía a todos?
50 años después del lanzamiento de Paranoid, la mercadotecnia ocultista ya no da miedo, pero los temas de los que habla siguen siendo tan escalofriantes y vigentes como si hubieran sido escritos hoy mismo. Por eso es imperante que este clásico del rock no deje de sonar (por cierto, también tendrá una versión Deluxe, espero tan buena como la de Goats Head Soup de la que les hablé la semana pasada).
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