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La Competencia

Por: Noemí Reynel J.

La competencia tiene varios significados, la RAE menciona entre otros los siguientes: “Pericia, aptitud o idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado”, “incumbencia”  y “Oposición o rivalidad entre dos o más personas que aspiran a obtener la misma cosa”. Entre una habilidad y una rivalidad hay una resonancia emocional diferente, al escuchar la primera siento orgullo y entusiasmo, la última me coloca en un estado de alerta e incluso me recuerda la idea de carencia.

Este concepto entendido como rivalidad tiene gran trascendencia, ha regido vidas enteras, divido naciones, generado grandes pérdidas y daños incalculables. Aunque no todo es malo, es una práctica que debe ser comprendida para obtener lo mejor de ella porque es un claro ejemplo de la expresión: arma de doble filo.

Para muchos de nosotros el primer acercamiento a la idea de competencia no fue la celebración de nuestra familia por descubrir alguno de nuestros talentos, tampoco las responsabilidades que nos pertenecían, el primer contacto fue una rivalidad entre hermanos originada por una comparación sin sentido. Nuestros antecesores provenían de familias muy grandes, donde seguramente esta contienda fue aún más cruel. En esta competencia se disputaba la atención, la aprobación y el amor de los padres, esos seres que desde los ojos de un niño todo lo pueden, todo lo saben y de quienes depende la sobrevivencia. 

Durante mi infancia escuché frecuentemente hablar con gran desaprobación de “los mediocres”, aquellos niños que no hacían ningún esfuerzo por ser los mejores y por sobresalir entre todos. Estaban en casa viviendo la vida, tan sólo cumplían con sus obligaciones escolares, alguna pequeña tarea que se les asignara y salían a jugar. Mientras tanto, nosotros apenas teníamos tiempo para hacer todo lo que se requería para alcanzar el éxito. Después de la escuela, mis tardes se destinaron exclusivamente a este objetivo. En casa estaba prohibida la mediocridad.

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Lamentablemente, el objetivo sólo fue el prestigio por ser los mejores, el éxito se determinaba por la admiración de los otros, el fin era sobresalir porque lo que estaba al final de la meta no era tan relevante, debo decir que para mí esto nunca tuvo sentido. Aun así, vi a gente verdaderamente convencida de que nada había valido la pena si al final no eran consagrados como los mejores, creo que la contienda dentro de la familia sólo se había extendido hacia afuera. Yo llamaría a esto una distorsión del significado de competencia, donde lo primero que se perdió fue la parte humana, la contienda se volvió más importante que los participantes.    

Los enemigos imaginarios  

La sociedad continúa promoviendo la competencia malsana, lo que provoca que algunas personas se vean rodeadas de rivales, el tamaño de ellos está en la mente, el otro se puede ver más grande de lo que es, hacernos sentir en constante amenaza y experimentar una tensión innecesaria. 

Hay quienes utilizan constantemente palabras relacionadas con conflicto, esto es el reflejo de quien se ve rodeado de adversarios reales o imaginarios en una especie de guerra contra todo y todos: luchar en el trabajo, batallar para conseguir un lugar en un restaurante, combatir algún problema, pelear por un espacio. 

La competencia con los otros nos limita significativamente, al no ver nuestro interior, no podemos descubrir nuestras grandes habilidades, nuestra mente sólo está enfocada en una cosa: superar al otro. Una vez que lo hemos logrado sentiremos satisfacción, pero ésta será efímera, porque talvez entonces nos demos cuenta que nos importaba tanto ganar que lo que estaba en juego no era lo queríamos realmente. Si el objetivo hubiera sido elegido de manera honesta después de vencer al otro habríamos continuado hasta llegar a esa grandeza que caracteriza al ser humano pero que no siempre se ve.

La competencia y la carencia

La competencia mal entendida es un concepto muy carente, parece que no hay para todos, como si nos estuviéramos peleando solo una cosa entre muchos, vivimos en una lucha feroz con los otros porque esta idea siempre hablará de escases. Estamos pescando todos en un rio casi seco junto al inmenso mar.

En la universidad durante las exposiciones había compañeros que se dedicaban con gran fervor a desacreditar el trabajo del expositor, se enfocaban en encontrar tantos errores o puntos débiles como fuera posible, justificaban esta acción diciendo que el mundo era competitivo y que estaban practicando, actuaban como si hubiera una disputa por una calificación aprobatoria que sólo uno pudiera obtener. 

En los negocios la competencia desalienta a muchos, las personas no se consideran lo suficientemente grandes para poder luchar con gigantes de alguna industria, sin embargo, debemos recordar que la competencia ya nos abrió un camino largo, ya generó el público o el mercado sin que nosotros hayamos invertido ni arriesgado nuestros recursos.

La verdadera y más exigente competencia

Cuando queremos alcanzar un objetivo personal, por ejemplo: tener un cuerpo sano y muy buena condición física, crecer económicamente, desarrollar un emprendimiento y verlo madurar con nuestro esfuerzo e ingenio, cambiar hábitos destructivos por constructivos, tener una vida social plena y agradable, encontrar la paz y la felicidad dentro de nosotros o cualquiera meta individual que elijamos debemos entrar en una competencia muy demandante que no será con ningún otro, sino con nosotros mismos, en ésta contamos con dos grandes adversarios y aliados, nuestra mente y nuestro cuerpo. Nuestro espíritu también entra en la contienda, pero siempre a nuestro favor.

Algunas veces iniciamos estos caminos porque ya hemos perdido algo como la salud, algún amigo, la tranquilidad o quizá estemos cansados de anhelar algo que nunca hemos tenido, en cualquier caso, cada instante es el momento idóneo para empezar.

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Hace algún tiempo tuve una experiencia que me ayudo a comprender mejor el tiempo y la competencia. Caminando en Chapultepec para despejar mi mente me encontré con el puente colgante y la tirolesa, tengo miedo a las alturas así que pensé que era una buena oportunidad para superarlo. Me colocaron un arnés y todo lo necesario para estar segura, a pesar de esto mi miedo se hizo presente. En medio del puente colgante, con mis pies en una tablita que pareciera estar a punto de voltearse porque no lograba equilibrar mi peso sobre ella, miré hacia atrás, ya había recorrido una parte, pero eso era irrelevante, era sólo un dato informativo, lo que quedaba hacia adelante tampoco era importante, lo fundamental en ese momento era el paso que estaba dando. No logré superar mi miedo a las alturas, pero tuve una diferente perspectiva del tiempo en mi vida, lo que ya viví es solo un dato, me ayuda a avanzar mejor y a no cometer los mismos errores pero sólo eso, lo que viene lo iré haciendo cuando se presente, lo trascendental es lo que está ahora, donde la atención debe enfocarse. La competencia también debería ser así, ver a otros para inspirarnos, no para desanimarnos, ver lo que logramos sólo lo necesario y disfrutar plenamente el paso que estamos dando.

Si nos permitimos mirar hacia adentro para lograr un objetivo propio, sabremos que tanto nos esforzamos, por eso es tan fácil rebasar límites. Si dimos tanto como teníamos no importa el resultado, si no fue así siempre habrá una nueva oportunidad. En una competencia bien entendida lo que se busca alcanzar es la mejor versión de nosotros mismos.

La felicidad es curativa y dulce, tener un objetivo claro y trabajar en consecuencia nos brinda este maravilloso elixir.   

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