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Mujeres: La creación de Poder

Por: Noemí Reynel J.

La opinión sobre “la mujer” puede resultar una polémica constante; ante esa solicitud de concepto o descripción sólo logró precisar un montón de cuerpos con usa sola conciencia dentro de una especie de bloque “imperfecto”. Para mí una gran masa amorfa de la que sobresalen pies y brazos; torso; cabezas, y cabello. Con el ánimo de minimizar un poco lo grotesco de la imagen y encontrar algo de dignidad para mis semejantes, podría llamar a esos cuerpos fractales.

No somos “la mujer”, somos: las mujeres, parecidas sí, pero iguales nunca.

Se habla de “los hombres” como individuos y de “el hombre” como especie y es por eso que hoy prefiero referirme a nosotras en plural, para recuperar nuestro derecho a la individualidad, a la autonomía, a la soberanía y a la libertad de elegir quiénes y cómo queremos ser.

Cada 8 de marzo recibo felicitaciones en las redes, imágenes de flores y animalitos tiernos, mujeres con sonrisas y miradas cálidas, dibujos que nos representan como seres sutiles y estilizados, portadores de una belleza frágil, en resumen… Divinas criaturas. No dejo de pensar que no me encuentro en esas imágenes y tampoco estoy segura de que eso sea lo que quiero. 

Todos estos mensajes tienen un solo objetivo: convencernos de nuestro gran valor e importancia en la sociedad, hacernos saber que nada de lo que han logrado los hombres podría haber ocurrido sin nosotras, que somos absolutamente necesarias como madres, como esposas, como confidentes, como enfermeras, como portadoras de la belleza de la que pueden ostentar propiedad ante otros hombres para comparar virilidades.

Mujeres, ¿seres de paciencia infinita?

Distintas teorías nos dibujan como seres con una paciencia infinita y un gran corazón, capaces de soportar grandes dolores sin cambiar nuestra escencia, siempre cálidas, siempre sonrientes. Mientras tanto y con gran pesar yo reconozco la existencia de esa creencia tan errónea como colectiva.

Hemos escuchado muchas veces que tenemos un altísimo umbral del dolor, la gran explicación: porque nosotras experimentamos el parto, la conclusión parece fácil, sobre todo porque ningún hombre ha podido demostrar lo contrario, la naturaleza no les ha dado la oportunidad y han decidido llamarlo ellos e incluso algunas de nosotras la señal inequívoca de que nuestros cuerpos están hechos para sentir dolor.

Para mí es simplemente una excusa, un planteamiento lógico pero carente de los elementos suficientes para ser verdadero que a la postre minimiza el abuso y la opresión e incluso ofrece una vergonzosa y completamente inverosímil justificación para su continuidad. 

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Volviendo al tema, ¿qué opino de la mujer?; ¿cuál mujer? Existen muchas, ahora quiero pensar en la que fue condicionada para ser madre, cumpliendo el enorme cometido de preservar la especie, una tarea supuestamente no negociable que en apariencia debemos recibir con la frente en alto, (como si realmente pudiéramos procrear sin la participación de un hombre), felices de poder servir y sacrificar nuestra vida en su totalidad porque en nuestra sociedad la maternidad no acepta medias tintas, una vez siendo mamá la entrega debe ser completa, se nos tiene prohibido darnos algo extra para nosotras que no sea necesario para ser mejores madres.

Alguna vez escuché la frase “quitarte la comida de la boca para dársela a los hijos”, también alguien dijo “Cuando tienes hijos, ya ni siquiera te puedes morir”, ideas tan limitantes e insensibles que en mi mente sólo podía traducirlas como cárceles internas oscuras, pequeñas, con barrotes gruesos y fríos.

Decidí no tener hijos, postergué la decisión hasta que el tiempo decidió por mí, así pude justificarme diciendo que se me había “ido el tren”. El objetivo: evitar enfrentarme a la crítica y al rechazo social por negarme a cumplir con esa supuesta obligación, incluso llegué a culpar a los hombres, diciendo que no encontré al adecuado para ser madre, la verdad es que nunca lo quise, y ahora entiendo que la decisión siempre fue mía.

Mi proceder se basó probablemente en el miedo a esa responsabilidad o quizás el rechazo a la idea de dedicar mi vida a servir a otro. Después de todo, yo creí que sólo había un tipo de maternidad: la entregada al cien por ciento, la de la mujer que se relega al segundo plano, la que mide su valía en función del dolor y de la incomodidad de cada día. No importa el motivo, lo relevante es que fue una decisión libre.

Aun así y a pesar de externar la libertad de mi decisión sigo encontrando a personas que  me sugirieren adoptar un niño para llenar ese “hueco” y remediar mi “error”. Entre muchos argumentos que apoyan su consejo quizás el más recurrente es el de evitar quedarme sola.  Tener un hijo para estar acompañada al final del camino se me antoja egoísta y despiadado.

Reconozco que hay madres a las que admiro, mujeres que dentro de ese rol han sabido convertirse en seres libres y tomar “una rebanada del pastel” para ellas solas. Han elegido formar personas fuertes y responsables antes que “quitarse la comida de la boca”, enfrentan con valor el miedo a ser abandonadas o rechazadas por causar descontento y atreverse a decir no.

La sociedad nos insta a la maternidad de forma constante, es por eso que a las mujeres sin hijos rápidamente se les encuentra otra función, se espera que sean las tías que cuidan a todos los niños de la familia o las hijas que se encargan de los padres ancianos mientras que el resto de los hermanos continúan viviendo libremente. Estas mujeres con vidas algunas veces llamadas cruel y erróneamente “incompletas” tienen la presión social de encontrar alguna actividad que al final se resuma en cuidar a otro.

Es urgente que liberemos a nuestro sexo de las expectativas de procreación. Empoderemos a las mujeres con la libertad de elegir la maternidad libremente u omitirla sin culpas, sin miedos, sin rechazo y sin la obligación de compensar el supuesto daño.

Pensemos cuidadosamente nuestras palabras para no truncar esta faceta del empoderamiento femenino, evitemos llamarnos o aceptar que nos llamen “madres” sólo por ser mujeres, no preguntemos a la que nos dice que no tiene hijos si tiene “por lo menos” algún gatito o perrito, como si fuera necesario tener bajo nuestro cuidado siempre a otro ser, borremos de nuestras mentes la falsa idea de que las mujeres que prefirieron no ser madres son personas aburridas en casa esperando a que se le asigne alguna tarea de servicio.

Muchas veces al decir que no tengo hijos he recibido como conclusión de otras mujeres que yo no tengo responsabilidades y me he visto obligada a recordarles que somos con descendencia o sin ella responsables de nosotras mismas, no esperemos a ser madres para cuidar de nosotras.

Por eso yo me pregunto, ¿somos frágiles criaturas o seres con superpoderes? Lamentablemente, tengo que decir que la respuesta inmediata está en la utilidad que la sociedad nos asigne en un momento dado, que somos como comodines de una baraja, fuertes madres y frágiles doncellas; las proveedoras llamadas malamente “mamás luchonas” para no tomar un concepto aparentemente exclusivo de los hombres y las criaturas que fingen ingenuidad que refuerza la idea de sabiduría e inteligencia masculina.

Las mujeres que cargan decenas de kilos del supermercado a la casa sin romperse pero que no entiende los albures; las que se chingan con todas las tareas domésticas por largas jornadas y sin embargo sienten que les “sangran los oídos” al escuchar palabras peyorativas… podría continuar la lista, pero prefiero detenerla ahí y pensar en una segunda respuesta, creo que somos seres con una gran fortaleza, porque eso es lo que se requiere para ejercer el poder de decidir el tipo de mujer que cada una queremos ser, la vida que queremos vivir y como consecuencia directa mostrar a quienes nos seguirán que la libertad si existe.

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