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Aquietar a la bestia

Louise Glück, Nobel de Literatura 2020, o el arte de la sensatez académica. Tras la debacle continuada de…

Louise Glück, Nobel de Literatura 2020, o el arte de la sensatez académica.

Tras la debacle continuada de los últimos años la Academia Sueca ha optado por aquietar a la bestia y conceder a la poeta estadounidense Louise Glück el Nobel de Literatura 2020. Más allá de méritos estéticos, Glück es lo que podría definirse un candidato clásico, entendiendo como tal aquel que cumple todas las condiciones literarias y no literarias para recibir tal galardón sin agitar ningún avispero. Bien por la Academia, supongo.

Para quienes no estén familiarizados con las controversias del Premio Nobel de Literatura déjenme contarles que desde el año 2013, con la elección de Margaret Munro, espléndida representante del universo de la normalidad femenina en tiempos en los que lo femenino se asfixia bajo el yugo de lo feminista, la Academia no ha tenido un momento de paz. En el año 2014, con Patrick Modiano como ganador, se la acusó de premiar la iteración de la memoria al señalar que aun siendo diferentes todas las novelas de Modiano, —breves, intensas y maravillosas— eran siempre la misma.  Un año más tarde, en 2015, los críticos se enredaron tratando de discernir si la voz periodística de Svetlana Alexievich era, o no, una voz literaria, que ya les digo yo que sí lo es porque si la literatura fuera sinónimo de ficción se habría extinguido hace siglos el ensayo con todo y sus ensayistas. En 2016 los puristas cuestionaron con páginas incendiarias la ignorancia de la Academia que osó encontrar en la lírica de Bob Dylan nuevas formas de expresión poética, lo que no deja de ser un argumento relativamente razonable.

Para 2017, en un intento por serenar las procelosas aguas de la crítica, se optó por Kazuo Ishiguro, narrador japonés de marcada influencia europeísta, escritura impecable y,  si me preguntan, aburrido de llorar. La polémica fue doble: Por una parte, se criticó la falta de trayectoria de Ishiguro —seis novelas y un libro de relatos—;  por la otra, los innumerables defensores de Haruki Murakami —eterno candidato al Nobel que seguramente morirá antes de recibirlo— pusieron el grito en el cielo con las siempre odiosas e inútiles comparaciones.

En 2018, justo antes de la elección,  Jean-Claude Arnault, dramaturgo y esposo de la académica Katarina Frostenson, fue acusado de 18 cargos de conducta sexual inapropiada, lo que contribuyó a destapar irregularidades financieras, filtraciones de información privilegiada, manejos de inequidad de género y otras historias ajenas a los devaneos literarios de la institución que concluyeron con la renuncia de seis de sus miembros, incluida su secretaria permanente, lo que dejó al Comité de Literatura sin quórum y al premio pospuesto hasta 2019. En ese año, el Nobel de 2018 se concedió a Olga Tokarczuk: novelista extraordinariamente versátil, fantástica ensayista e ícono de la literatura como expresión de la libertad de opinión, juicio y religión. Tokarczuk parecía capaz de enderezar la imagen de la Academia y lo hubiera conseguido de no ser porque junto al Nobel de 2018 se otorgó el de 2019 a Peter Handke, un intelectual en el más amplio sentido de la palabra, cuya potente narrativa pasó desapercibida ante lo políticamente incorrecto de su postura pro Serbia durante la Guerra de los Balcanes. Las redes sociales ardieron y, una vez más, la Academia fue denostada.

Así llegamos a la mañana de hoy y con ella a Louise Glück, premiada por la “belleza austera” de sus versos en los que, ineludiblemente, vive, muere y renace para volver a vivir, morir y renacer sin sombra de alharaca ni extremismo, de esa forma simple y contenida en que se sostiene la existencia cuando se despoja de todo lo que es artificial y frívolo. Que Glück es una poeta excepcional es innegable, que su elección responde a un ejercicio de sensatez de la Academia para recuperar la confianza del público y la crítica, también. Optar por una autora casi de culto, aclamada por la crítica y semidesconocida por el público fuera de los Estados Unidos, con una trayectoria poética importante y  ajena a polémicas literarias y no literarias es, ciertamente, una elección que no debiera generar descontento. Una elección que presenta a la Academia como esa institución conocedora que premia al género más intrincado y desnudo de la literatura a través de un representante que destaca por el manejo del intimismo y la escritura simple, que no sencilla, para abordar la esencia del ser humano desde parámetros fácilmente asimilables incluso para aquellos que, como yo,  no entienden de poesía.

La lectura de Glück —y escribo desde mi percepción como lector— me recuerda  a la de otro escritor, Premio Nobel de Literatura en 1920, Hamsun Knut, autor de “Hambre”, una de mis novelas favoritas para esas tardes de lluvia y melancolía propensas a los “devaneos sin rumbo que emprenden el pensamiento y el sentimiento, viajes aún no hollados, que se realizan con la mente y el corazón, extrañas actividades nerviosas, murmullos de la sangre, plegarias de huesos, toda la vida interior del inconsciente” de los vivos y de los muertos también.

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En conclusión, si no conocen a Glück, conózcanla, léanla, disfrútenla en la medida en que puedan y, seguramente, tras la lectura convendrán conmigo en que, por una vez, la Academia ha aquietado a su bestia negra: El Nobel de Literatura descansa en sobrias, serenas y sosegadas letras.

El día de todos los santos

Incluso ahora, con el paisaje en construcción,

las colinas se oscurecen. Los bueyes

dormitan bajo su yugo azul

con los campos limpios, las gavillas

recogidas y atadas uniformemente,

apiladas al lado de la carretera

entre la potentilla, mientras la luna aserrada se eleva.

Es la esterilidad

de la cosecha o la de la peste.

La de la esposa asomada a la ventana

con la mano extendida, como pidiendo un pago

diferente por el grano dorado, llamando:

Ven aquí.

Ven aquí, pequeña.

El alma se desliza fuera del árbol.

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