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La Libertad

Por: Noemi Reynel J.

Mucho se ha hablado de libertad, es una palabra compleja, el significado lo determina la experiencia, por lo tanto, podrían existir tantas definiciones como personas en el mundo.

Estoy consciente de que mi acercamiento será subjetivo y es por eso que sé que no puedo más que apostar a las similitudes que comparto con otras personas para coincidir en nuestras opiniones.

La palabra libertad siempre me evoca la imagen de un campo abierto, flores de todos los colores y formas, un viento suave, una luz radiante, el olor a pasto húmedo. Un espacio donde puedo extender mis brazos y piernas, correr, gritar y desplazarme sin obstáculo alguno.

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Su opuesto, una caja de cartón dentro de la que me encuentro sentada con la espalda encorvada, la cabeza agachada y las piernas dobladas intentando ocupar el menor espacio posible. Una posición incómoda, desde donde hablo, pero mi voz tan sólo es un ruido, las palabras que emito ahí no logran distinguirse.

La juventud libre

Las prácticas sanas en la vida, como la buena alimentación, el ejercicio, el sueño reparador, regular, suficiente y nocturno o mantenerse hidratado, son algo que se aprende, son imposiciones destinadas a volverse hábitos para mantener una buena calidad de vida, por lo menos en la salud.

Yo fui libre muy pronto, era libre pero no responsable, es decir no tenía restricciones, pero tampoco el criterio suficiente para poder elegir de manera inteligente mis acciones. No cuidaba mi salud ni pensaba en el futuro. En apariencia la libertad es poder moverse con soltura, por ejemplo, cambiar de carrera, de país, de amistades, de horario para dormir, etcétera, pero esto no es tan simple, porque puede ser peligrosa cuando no la entendemos, muchas veces en aras de alcanzarla no nos detenemos por un momento a ver a detalle lo que habrá del otro lado.

Durante mucho tiempo me he preguntado si los niños de la década de los 80’s estuvimos parcialmente abandonados a nuestra suerte o nos dieron de manera consciente libertad y autonomía. En la calle desarrollamos nuestra capacidad de resolver y fuimos fuertes y resilientes. Infinidad de veces nos lastimamos, nos levantamos sin ayuda y continuamos; nos disgustamos con otros grupos de niños y peleamos con nuestros amigos, después tranquilamente hablamos, escuchamos y logramos acuerdos; nos encontramos en situaciones de peligro y salimos bien librados utilizando todos nuestros recursos y vivimos experiencias desagradables de las que salimos por nuestro propio pie y de las que no hablamos nunca porque no les dimos gran importancia. Esta “escuela de la vida” terminaba con el atardecer, todos teníamos que estar en casa antes de que oscureciera, calcular el tiempo para cumplir con este toque de queda era nuestra responsabilidad y la ejecutábamos diligentemente. 

La libertad y su precio

Esos niños de los 80’s anhelaban la autonomía, se hablaba mucho de liberarse de los padres, sin embargo, hoy en día muchos de ellos continúan viviendo aún bajo su techo. ¿Qué fue de esos sueños de libertad e independencia? He escuchado muchas veces que la situación económica no es la de antes, que ahora todo es más difícil, que ya no se puede comprar una casa, que ya no hay estabilidad laboral. Yo veo todo lo anterior como un cúmulo de justificaciones para calmar la consciencia y evitar aceptar que simplemente cambiaron de idea, que prefirieron continuar dentro de un clan con sus reglas, restricciones e imposiciones, pero también con esa capa protectora, con ese campo invisible que los resguarda del mundo real, salen a él con la valentía que pueden y quieren reunir, con el compromiso que están dispuestos a dar y regresan a ser nuevamente los niños. Son como pájaros que saben volar, pero que prefieren hacerlo cerca del nido, sin atravesar esa línea invisible donde comienzan los verdaderos retos.

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La libertad no es un privilegio, es una enorme responsabilidad.  La frase “Quiero ser libre para hacer lo que me dé la gana” es una gran contradicción, una falacia sin lógica, porque la libertad no es hacer lo que uno desee, es elegir nuestras batallas. Elegir ninguna batalla también es libertad, es hacer de manera voluntaria un uso limitado de nuestras capacidades y delegar la responsabilidad de nuestra vida a otros para poder irnos “de muertito”, es válido soltar el timón, siempre y cuando se acepte que la responsabilidad sigue siendo nuestra. 

Tenemos la libertad de elegir lo que queremos obtener de la vida, pero debemos considerar cuidadosamente el precio que se tiene que pagar y con toda sinceridad decidir si estamos dispuestos a hacerlo, entre más grande sea la recompensa, más grande será la necesidad de resistencia, fuerza, resiliencia, humildad, flexibilidad y el valor para enfrentar los obstáculos que se presentarán y que no habíamos considerado porque sólo en el mundo de las ideas todos los caminos son rectos.

Dejar de perseguir la meta debe ser una decisión que se toma porque la recompensa ya no se desea, no porque esperábamos que se obtuviera con menos esfuerzo, es decir reconocer con toda honestidad que preferimos abstenernos de ella a hacer lo necesario para conseguirla. Las cárceles y las cadenas mentales desaparecen cuando somos honestos con nosotros mismos.

¿Un mejor trabajo?

Cada empleo tiene diferentes maneras de desempeñar las tareas para alcanzar los mismos objetivos, éstas se asignan de manera organizada y equitativa (o por lo menos así debería ser) con la intención de lograr el máximo de beneficio utilizando el mínimo de tiempo y obteniendo la mayor calidad. La mejor manera de entender un proceso es hacerlo, repetirlo indudablemente lleva a su comprensión y las ideas para mejorar el mismo inevitablemente surgen.

Una de las inconformidades de los empleados más comunes es la falta de libertad para proponer otros procesos, modificar los ya existentes o para compartir nuevas ideas de negocio con el apoyo de la organización, pero el jefe no está inmerso en la tarea, no logra entender por qué debe cambiarse y generalmente se niega.

La creatividad es parte de la naturaleza humana, es la base de la resolución de problemas y en las circunstancias adecuadas una experiencia muy placentera. Todos los empleos deberían incluir en la lista de funciones tareas creativas, de esta manera ningún trabajo sería monótono.

Frecuentemente las personas dentro de las organizaciones se quejan de su trabajo, hablan de seguir reglas que les desagradan, hacer siempre lo mismo, desempeñar tareas sin sentido, soportar a algunos compañeros, apegarse a un horario, tolerar a un jefe, etcétera. Sin embargo, cuando pierden su trabajo y finalmente se libran del yugo de ese empleo que parecía insufrible y del que probablemente llevaban lamentándose mucho tiempo, casi de manera inmediata buscan entrar a otra organización similar que los cobije, como una familia nuclear que les dé nuevamente un techo con restricciones, pero sin riesgos.

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También hay quienes utilizan esta etapa de desempleo para emprender, lo que requiere mucho esfuerzo y ofrece la oportunidad tan anhelada de ser creativos, los que escogen el emprendimiento son los valientes, los que prefieren vivir a sobrevivir. 

Esa isla que representa la libertad como se nos dibujó, esa tierra mágica donde no tendremos que esforzarnos más y donde ya no habrá incomodidades no existe. En su lugar, está la libertad de elegir y luchar por nuestros sueños para expandir cada vez más el espacio donde ya habitamos y ampliar nuestros alcances en la vida.

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